martes, 3 de mayo de 2011

LA SIMA de José María Merino

Las novelas sobre la guerra civil son ya un género en España y con frecuencia las leemos como quien escucha un monólogo; una versión emocional, emocionante, de los hechos. Sin embargo uno lee la última novela de José María Merino titulada La sima (Ed. Seix-Barral) y se siente como el espectador que asistiera a una conversación inteligente entre todas las partes... Hay algo pueril en las bipolaridades que la ficción más ambiciosa hoy deconstruye.
En este sentido Merino ha regresado a las librerías con una novela de ideas acerca de Fidel, historiador que está escribiendo una tesis doctoral sobre la primera guerra carlista, el cual vuelve a su pueblo de la montaña leonesa buscando paz para investigar y redactar: no sabe que, mientras él regresa, también su pueblo está volviendo a él.
El paisaje nevado, descrito con un exquisito lirismo, incentivará la memoria de Fidel de tal modo que comenzará a elaborar, en lugar de la tesis, una suerte de reconstrucción literaria de sus orígenes biográficos.
Así en La sima van confluyendo el documentalismo, la reflexión, la narración, la capacidad de captar las interconexiones y cierta irrealidad, sobretodo esto último a partir de que Fidel recuerde la primera vez que vio esa sima de Montiecho en la que arrojaban a los fusilados durante la guerra civil: en el pueblo aún aseguran que, cuando el viento silva, en realidad se trata de los muertos que se quejan porque están mal enterrados… Y además premoniciones, psicofonías… El impacto que produce en el lector el hecho de que una persona instruida –un historiador que escribe su tesis doctoral- sea sensible a lo misterioso que emana de este espacio natural es uno de los aciertos de esta novela. Y es que no sólo el paisaje de La sima nos recuerda en ocasiones a la verde campiña inglesa teñida de sombras de Cumbres borrascosas, sino que incluso se atisba en este espacio un algo de la ambientación de las novelas góticas.
La sima, de estructura fragmentaria a lo Marguerite Duras –pequeñas secuencias con más adjetivos que verbos contadas en primera persona- va avanzando al contarnos que, tras la muerte de sus padres, el protagonista vivió en casa de sus tíos religiosos: allí descubre que el abuelo falangista mandó matar a muchos de los muertos de la sima. Luego el despertar del amor y el sexo, las polémicas políticas, el odio de su primo José Antonio, el anecdotario de sus sueños, la ciudad de León y el verano irlandés, el primer amigo muerto a causa de la heroína y el intento de José Antonio de matar a Fidel, el vívido viaje a Perú que da para otra novela, la mili, una depresión… Y todo ello entreverado con las noticias de los periódicos que Fidel lee mientras escribe, las cuales hablan sobre los coletazos del 11M, de Pinochet, la ley de memoria histórica y los exhumamientos de cadáveres, Eta, los papeles de Salamanca… Paralelismos constantes.
De todos modos, aunque continúe con estos recuerdos novelados, él no cesará de pensar en su tesis sobre la guerra carlista estableciendo así más iluminadores paralelismos con la guerra civil, para acabar haciéndonos ver que todas las guerras son la misma repetida, y que el principal cáncer de este país es el odio: “He comprendido que esa fue la primera vez que percibí la vibración del odio, esa sustancia que compone tanta poción de lo que somos los humanos y en especial los españoles… La historia de mi juventud, de mi crecimiento, es ir descubriendo su presencia poco a poco como la flor más abundante del jardín. Los atentados etarras, los delirios nacionalistas, la exaltación antinacionalista, el comportamiento de la oposición, hasta el fútbol está impregnado de odio”.
He aquí una novela sobre las confrontaciones civiles de este país y nuestras guerras interiores, sobre el conservador y el liberal que cada uno llevamos dentro, sobre el regreso a lo mágico, y principalmente sobre como el pasado nos invita a eso tan humanizante que es fijarse en los matices…
No se la pierdan.

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